lunes, 5 de octubre de 2015

LAS CINCO ÁGUILAS BLANCAS. 

  


Tulio Febres Cordero (1860-1938)
Cinco águilas blancas volaban un día por el azul del firmamento; cinco águilas enormes, cuyos cuerpos resplandecientes producían sombras errantes sobre los cerros y montañas. Cinco águilas blancas volaban un día por el azul del firmamento; cinco águilas enormes, cuyos cuerpos resplandecientes producían sombras errantes sobre los cerros y montañas.
¿Vení­an del Norte? ¿Vení­an del Sur?, La tradición indí­gena sólo dice que las cinco águilas vinieron del cielo estrellado en una época muy remota. Eran aquellos los dí­as de Caribay, el genio de los bosques aromáticos, primera mujer entre los indios Mirripuyes, habitantes del Ande empinado. Era hija del ardiente Zuhé y la pálida Chí­a; y remedaba el canto de los pájaros, corrí­a sobre el césped como el agua cristalina, y jugaba como el viento con las flores y los árboles.
Caribay, vio volar por el cielo las enormes águilas blancas, cuyas plumas brillaban a la luz del sol como láminas de plata, y quiso adornar su coraza con tan raro y espléndido plumaje. Corrió sin descanso tras las sombras que las aves dibujaban en el suelo; salvó los profundos valles; subió a un monte y otro monte; llegó, al fin, fatigada a la cumbre solitaria de las montañas andinas. Las pampas, lejanas e inmensas, se divisaban por un lado; y por el otro, una escalada ciclópea, jaspeada de gris y esmeralda, la escala que forman los montes, iba por la onda azul del Coquivacoa.
Las águilas blancas se levantaron perpendicularmente sobre aquella altura hasta perderse en el espacio. No se dibujaron más sus sombras sobre la tierra. Entonces Caribay pasó de un risco a otro risco por las escarpadas sierras, regando el suelo con sus lágrimas. Invocó a Zuhé, el astro rey, y el viento se llevó sus voces. Las águilas se habí­an perdido de vista, y el sol se hundí­a ya en el ocaso.
Aterida de frí­o, volvió sus ojos al Oriente, e invocó a Chí­a, la pálida Luna; y al punto se detuvo el viento para hacer silencio. Brillaron las estrellas, y un vago resplandor en forma de semicí­rculo se dibujó en el horizonte. Caribay rompió el augusto silencio de los páramos con un grito de admiración. La luna habí­a aparecido, y en torno de ella volaban las cinco águilas blancas refulgentes y fantásticas. Y en tanto que las águilas descendí­an majestuosamente, el genio de los bosques aromáticos, la india mitológica de los Andes moduló dulcemente sobre la altura su selvático cantar.
Las misteriosas aves revolotearon por encima de las crestas desnudas de la cordillera, y se sentaron al fin, cada una sobre un risco, clavando sus garras en la viva roca; y se quedaron inmóviles, silenciosas, con las cabezas vueltas hacia el Norte, extendidas las gigantescas alas en actitud de remontarse nuevamente al firmamento azul. Caribay querí­a adornar su coraza con aquel plumaje raro y espléndido, y corrió hacia ellas para arrancarles las codiciadas plumas, pero un frí­o glacial entumeció sus manos: las águilas estaban petrificadas, convertidas en cinco masas enormes de hielo.
Caribay da un grito de espanto y huye despavorida. Las águilas blancas eran un misterio, pero no un misterio pavoroso. La luna se oscurece de pronto, golpea el huracán con siniestro ruido los desnudos peñascos, y las águilas blancas despiertan. Erizándose furiosas, y a medida que sacuden sus monstruosas alas el suelo se cubre de copos de nieve y la montaña toda se engalana con el plumaje blanco.
Este es el origen fabuloso de las Sierras Nevadas de Mérida. Las cinco águilas blancas de la tradición indí­gena son los cinco elevados riscos siempre cubiertos de nieve. Las grandes y tempestuosas nevadas son el furioso despertar de las águilas; y el silbido del viento en estos días de páramo, es el remedio del canto triste y monótono de Caribay, y el mito hermoso de los Andes de Venezuela.
Tulio Febres Cordero
(Mérida, 1860-1938) Polígrafo venezolano. Publicó trabajos históricos y literarios en diversos periódicos, posteriormente recogidos, en parte, en Archivos de historia y variedades (1930). Es asimismo autor de Etnografí­a americana (1892), Los mitos de los Andes (1900), Tradiciones y leyendas (1911), Colección de cuentos (1912). Por otra parte, inventó la imaginotipia (reproducción de imágenes con sólo tipos de imprenta), perfeccionó la foliografí­a (reproducción gráfica de las hojas de las plantas) y escribió una Historia de la imprenta en Venezuela (1906).
La leyenda del Guaraira- Repano
Se cuenta que hacen muchas lunas los primeros habitantes del valle de Los Caracas, fueron castigados por sus Dioses por haber profanado varias de sus leyes. El castigo vino del cielo en forma de tormentas y torrenciales aguaceros que azotaron durante días con sus noches a los pobladores del majestuoso valle. Los Chamanes se reunieron para conjurar el castigo, en alucinados rituales alrededor de las hogueras, que ardían con las pocas ramas secas que habían logrado salvar de la humedad. La tempestad de tantos días empezaba a sumergir las tierras bajas y los cultivos eran arrasados por los torrentes y rí­os crecidos, los animales de caza se retiraban a sus madrigueras más recónditas haciéndose así, cada vez más insostenible la vida de las tribus asentadas en el valle.
Los rituales, danzas, sacrificios y conjuros de los Chamanes no lograban detener lo que habí­an profetizado los ancianos de las tribus: – Los Dioses lanzarán su ira sobre el pueblo aborigen del Valle de Los Caracas como castigo a sus desafueros, violaciones e irreverencias a los espí­ritus que habitaban en los rí­os, bosques y montañas. Las tribus ante la impotencia de los conjuros chamánicos, se congregaron como una sola humanidad alrededor de las moribundas fogatas, las madres con sus hijos famélicos adheridos a sus cuerpos, buscaban calmar su frío y su hambre, los hombres ensimismados en su resignación, miraban como se extinguía él ultimo aliento de fuego que les quedaba.
De pronto un estruendoso sonido se habría paso entre las hondonadas del cerro y una gran ola que pensaban venia del mar, como un sobrenatural golpe mortal arrasaba con piedras, árboles y animales, presagiando la extinción de toda vida sobre la tierra. Frente a su destino y como una sola voz, un desgarrador llanto de arrepentimiento salió de la garganta de todos los habitantes del valle, mientras sus espíritus se elevaban pidiéndole clemencia a los dioses de las tierras del mas allá.
Y fue tanto su clamor y el llanto arrepentido de este pueblo que se hizo el silencio y por el este apareció el Sol después de tantos dí­as y un Arco iris surcó todo el valle hasta el poniente. Todas las tribus voltearon hacia el cerro reverenciando su imponente silueta coreando, -¡Guaraira- Repano!, ¡Guaraira- Repano!, que quiere decir la Ola que se detuvo y es leyenda que por esta razón el Cerro ívila, cambia de colores con el paso del Sol, como lo hace el mar.


http://elregional.net.ve/2011/09/las-cinco-aguilas-blancas/

lunes, 4 de mayo de 2015